Cuando Haendel escribió su magnífico Te Deum
con motivo de la firma del tratado de Utrecht —aquél que todavía permite la
anexión como colonia británica de un trozo de tierra andaluza—, jamás podía el
músico alemán imaginarse que muy cerca de ese marco geográfico iba a nacer
doscientos treinta y cuatro años después, un gran músico bajo-andaluz, al que
los tiempos conocerían como Paco de Lucía.
Si Paco de Lucía hubiera nacido en las calles de
Eisenach, Viena, Bonn o Salzburgo, posiblemente el mundo hubiera alumbrado otro
Bach, otro Haydn, otro Beethoven u otro Mozart; pero nuestro arte flamenco,
también hubiera perdido la mente más preclara de la música flamenco-andaluza.
Nunca podremos contrastar si Paco tiene la intuición
de Schubert, ni tampoco, si su oído reúne la agudeza de la precisión absoluta —de
existir lo absoluto—, que al parecer tuvo Mozart. Ello se aparta de nuestro
conocimiento. Serán los historiadores de la música quienes con facultad y
sensibilidad lo puedan sancionar algún día.
Sí, Beethoven fue el más grande de los músicos, Bach
la música misma, ¿y Paco, un superdotado de la guitarra flamenca, nada más? No,
sin duda fue la síntesis, la máxima expresión de la música culta de los pueblos
del sur. Si el primero representó la majestad y el segundo la pureza, Paco
revolucionó la pureza de la música flamenca sin perder un ápice de su majestad
y grandeza.
Entrando en el
fondo de la cuestión, ¿es homologable artística y socialmente un guitarrista
flamenco, un cantaor o una bailaora flamenca, con la llamada música clásica?
¿Quién o quiénes deciden que ello sea así? ¿La cultura de unos notables que se
reúnen en el paraninfo de no sabemos qué real academia? ¿Quiénes son los
notables? ¿Quiénes deciden su notabilidad? ¿Qué saben estos de siguiriyas, y de
ducas amargas? ¿En qué universidad graduaron sus estudios de Ética de
las Artes y del Conocimiento? Son estas demasiadas preguntas, y demasiada
también es, la hipocresía de muchos notables que valoran la música desde una
perspectiva clasista.
Pero lo que sí podemos responder es que Paco reúne las
tres grandes virtudes del inmenso músico que lleva dentro un conocimiento
exhaustivo del instrumento, un impresionante dominio de la técnica y una docta
cualidad interpretativa.
Pese a las libres interpretaciones que de estas
opiniones puedan ofrecerse, convengamos en que Paco, aun no siendo un clásico
como Haendel, tampoco es un romántico como Beethoven. Pese a ello se siente más
cercano de éstos que de las composiciones de las nuevas tendencias de Edgar
Varese. Amarrando la frase en clave flamenca, afirmaré que Paco se encuentra
más en el horizonte que une a Montoya con Manolo de Huelva —aceptando cierta
deriva hacia Diego del Gastor—, pasando por Sabicas, Borrull, Ricardo y Esteban
de Sanlúcar.
El gran músico ruso Mussorgski, al igual que Diego del
Gastor sostenía que la música era un medio para conversar con los hombres, no
un fin, y su arte, añado, producto de una imperecedera emoción, casi salvaje.
En Paco esos destellos quedan estructurados y resueltos técnicamente en la más
firme concepción de la música popular.
Paco inspira motivaciones anímicas fecundas en los
clásicos y las tiñe de aires románticos, pero no las distorsiona. De ahí su
celo por la tradición y también su negación al anquilosamiento. Parece ser que
la cumbre del clasicismo se encuentra en Haydn y Mozart. Sin duda el
romanticismo en Beethoven y Schubert, ¿y en Bach? Bach que era barroco fue un
genio de excepción poseedor de una honradez artística impresionante. Su Clavicordio
bien temperado, una monumental y gigantesca obra de cuarenta y ocho
preludios... Tiempo habrá de justipreciar la monumental obra de Paco de Lucía:
todo un genio de excepción.
Bach con veinte años, ya era violinista de la Capilla
del Príncipe, Paco con veinte años interpretaba a Bach. Bach significa en
alemán ‘arroyo’. Paco, a sus veinte años, ya era un río de música, y su caudal
vitalista había puesto en riego todos los campos del mundo de la guitarra
flamenca. La obra de Bach fue inconmensurable. También lo es el talento musical
del algecireño. Su obra no tiene parangón histórico.
Paco de Lucía sale del pueblo y su alimento cotidiano
está impregnado de música popular. A diferencias con los genios de la
comúnmente entendida música clásica, ni recibe apoyos de la aristocracia, ni de
la burguesía. Es más, algunos disgustos cobró por mantenerse firme como las
Torres de Hércules.
Sólo seis cuerdas presas y encadenadas a unas manos
dotadas de una especial sensibilidad han sido suficientes para conformar ese
milagro. Seis cuerdas a las que todavía un silencio medroso quiere restar
importancia y protagonismo. Seis cuerdas que ponen en evidencia a aquellos que,
ciegos, ni quieren ni dejan ver, y a los que los anacronismos de los tiempos
les hacen precisamente regidores de la cultura de los pueblos.
Paco de Lucía tiene cerca su cincuenta aniversario,
nuestra música flamenca muchos más. Los hombres que amamos el flamenco, la
música, las artes, aplaudiríamos gozosos el gran homenaje que Paco y este mundo
de nuestro arte merecen. Un homenaje universal en el que se sumen los más
prestigiosos hombres y mujeres de todas las artes del mundo, un gran encuentro
de culturas en el que cita se dé el abrazo fraternal de la cultura de los
pueblos del mundo. Ello no sólo es conveniente para el mundo del flamenco y de
la cultura andaluza y española, sino también es un acto obligado de justicia.
La fortuna y los tiempos evitarán que surja un nuevo
Mendelsson descubridor de la obra del Bach flamenco, entre otras razones porque
el algecireño forma parte de la gloria universal de las artes, de la cultura y
de la civilización.
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