Hola Pedro:
Te duele la
muerte de Paco, ¿verdad? Y hasta alguna lágrima se te ha escapado me dices. Me
preguntas si ello es normal. ¿Qué si es normal? Querido Pedro, todas las
muertes duelen. Todas las muertes se sienten. Morirse es un hecho único e
irrepetible que le sucede a cada ser humano. Por tanto, ante semejante
acontecer el género humano muestra su total desconocimiento del “día después”. De
este hecho no hay estadísticas ni experiencias acumuladas. Nadie lo contó tras
irse.
Aunque dé la
impresión de que pocas veces la vida de los demás nos preocupe, sin embargo, ello
no es así. Sobre todo, cuando tenemos ciertos vínculos y afectos a alguien al
que le tenemos gran consideración pese a que no le rocemos. Esa percepción que
tenemos se despierta en nosotros sin darnos cuenta. Ello es causa de que
nuestro yo se siente apoderado de una gran tristeza y melancolía. Es imposible
llorar si no se siente dolor, rabia, si no se está triste o alegre.
La música —quizás también
en otras artes— expresa y especialmente en el flamenco, a veces, lo
inconmensurable de ese misterio conocido como el duende. Éste, en tanto que
cualidad perceptible, sólo se da a través de una que llamamos cierta
irracionalidad, que tiene su justificación en nuestros sentimientos. Ello quizás
lo sea así porque tal manifestación se encuentre más cerca del romanticismo, de
lo sublime y de la belleza del discurso en su aspecto más literario, que de la
realidad del hecho en sí mismo, y de cuya valoración más brillante está en el
condicionante anímico del instante en que éste se vive y percibe.
Es una
perogrullada decir que la muerte de Paco no es una muerte más, es la de Paco. En
un Paco de Lucía con todo su peso en la historia de la música y del flamenco en
particular. ¿Quién puede acceder al interior de ese bagaje? Únicamente él podía
acceder. Ello es un tesoro cuyo valor se nos escapa de la mente. Pese a lo
mucho dejado, sabemos solamente algo de su contribución. Muy poco, apenas nada
añadiríamos. No obstante ese legado es inmenso.
Por todo ese
caudal también lloramos. Debemos de tener presente que sentimos dolor porque la
muerte no nos lo ha secuestrado por un tiempo finito al más grande guitarrista
del mundo, sino para siempre, para la eternidad. Para la eternidad también nos
queda la obra del algecireño.
Yo también he
llorado Pedro. Además es bueno llorar, a Paco y a muchos Paco cuyos ejemplos de
vida se encuentran arraigados en nuestros corazones. Ésa no es una lágrima más provocada
por el dolor de la amarga verdad de su muerte, sino consecuencia de ese traicionero
golpe desde el contraste que sentimos en un gesto de admiración y cariño hacia
el genio. Hoy si tuviéramos que explicar en un diccionario el significado de
genio, bastaría con sólo pronunciar o escribir el nombre de Paco de Lucía.
¿Cuántas
lágrimas se han ido con Paco? Imposible saberlo. Nosotros no lloramos sólo por
él. Evidentemente se llora por la persona querida, y Paco es querido en todas
las franjas y territorios del mundo. Lloré por él y por todo lo que él representa
para el arte flamenco, por lo que él significa para algo tan extraordinario e
impresionantemente rico como es esta música, de la que además de servirse, nos
ha servido y nos sirve con su espléndida obra para alimentar nuestros días,
minutos y segundos.
Todos hemos
llorado alguna vez de rabia por las muchas veces que el flamenco ha sido maltratado
y vilipendiado por la incomprensión, el cinismo y la hipocresía social, pero en
esta ocasión lo hemos hecho por un hombre que toda su vida se la ha pasado
acariciando las seis cuerdas de su guitarra.
Él, más que
ningún otro, entró no sólo poniendo paz, sino también música en todas las
instituciones del mundo y en el corazón de aquellos que ni tan siquiera
entendían determinados encuentros con otras músicas. De ahí que, en cientos de escenarios muy diversos hoy sus
públicos también lo estén llorando.
Por todo eso, Pedro,
tú lloras. Por todo eso yo lloro.
Luis Soler GuevaraMálaga, 28 de febrero de 2014