Inédito. Publicado en el libro "Reflexiones sobre el Flamenco y los Flamencos". 14 de diciembre de 2012. Autor: Luis Soler Guevara.
Todo cuanto hablemos de las bondades artísticas de la Cañeta quedará empequeñecido por la asombrosa realidad de su arte. Asómense a esa ventana suya que abierta de par en par a sus setenta y seis años arroja una claridad que ciega los rayos del sol. Vayan a verla bailar y cantar. De seguro la encontrarán un fin de semana derramando arte en alguna sala de fiesta, en algún acto organizado por algún centro de cultura o simplemente en una reunión con los muchos artistas y aficionados que la adoramos. En ésta última, Teresa siempre escuchando más que hablando de cantes ¡Con lo que tiene que contar este encanto de mujer!
Mírenla y véanla con qué fuerza con qué coraje y vitalidad se mueve. Es todo un manojo de nervios. Un torbellino festero cuyo temple y figura rebosa de flamenquería. Pasen y comprueben con el orden y concierto que nos muestra su magia, su embrujo. Lo suyo es bastante más que bailar. Un huracán en plena actividad. De ahí que hagamos la siguiente advertencia: no crean ni tampoco intenten permanecer quietos en la silla mientras la Cañeta actúa. Eso sería pedir un imposible. Si a usted le corre la sangre por las venas cuando la vea bailar y la escuche cantar, notará que su asiento intenta seguir el ritmo trepidante de su impetuoso baile. Su fascinante poderío hechiza al más frío de los corazones. Vayan y acérquense a verla que hasta el que no chanela da blinco cuando la ve.
Mírenla a los ojos y podrán descubrir que sus ojos bailan, su boca también, todo su ser está en continuo movimiento provocando unos ritmos y unos desplantes cuya quietud y elegancia evocan la estatua de una diosa griega e incluso del mismo dios del mar, Poseidón. La mitología griega nos muestra al tal, levemente echando su espalda hacia atrás para componer aún mejor su figura. Todo un desplante muy del hacer de Teresa, la Cañeta.
La Cañeta está poseída de referentes cuyo mayúsculo hacer entronca con el vitalismo y la fuerza expresiva de Carmen Amaya. Estas cualidades alimentadas con el genio y el descaro de Lola Flores, conforma en la perchelera como mayor virtud, las sacudidas y las elegantes posturas que su porte nos ofrece. Estos arrebatos dan continuidad a unos gestos tan diversos y ricos en contenido que obligadamente provocan el reclamo de la guinda para su baile. Su ajustado discurso estético, rebosado de flamenquería y gracejo, lo sintoniza con su cante que lo interpreta al amparo de los compases que son de ley ofreciendo almíbar.
No hubo quien pudiera con esas dos diosas del baile como fueron Carmen y Lola. Tampoco pueden con ésta. Así que tengan presente, cuando la vean y la escuchen en plena salsa, que esta gitana nacida en el vientre del perchel malagueño tiene su personalidad flamenca muy arraigada en su ser de artista, pero que no se olvida de su amiga Lola. Ello para la Cañeta, encierra un acto de gratitud, de respeto y consideración hacia la jerezana. Esto es de bien nacido reconocerlo. Nobleza obliga, pero ella es distinta a cuantas artistas bullen los escenarios. Ella no conforma su arte al amparo de una disciplina académica sino al desnudo provocado por la improvisación y lo espontáneo. En este aspecto es tan creativa como lo fueron sus referentes.
Pese a estos, no podemos precisar que la Cañeta tuviera sus maestros. Su madre, la Pirula, murió cuando ella era una niña y la Cañeta, que sepamos nunca acudió a lugar alguno para adecuar el baile a su cante. Por tanto, se puede afirmar que más flamenca que la Cañeta no cabe, ni más gitana tampoco. Así que con esta gran señora del cante y del baile tenemos pendiente un gran homenaje.
Vengan, asómense a su arte y contrastarán la autenticidad de su baile y de su cante: bien parido y mejor expresado. Todo suyo. “Sin naíta de nadie”. Toda ella es muestra de autenticidad. Por consiguiente, legítimo broche que perdura en nuestros días y en su Málaga flamenca.
Mírenla a los ojos y podrán descubrir que sus ojos bailan, su boca también, todo su ser está en continuo movimiento provocando unos ritmos y unos desplantes cuya quietud y elegancia evocan la estatua de una diosa griega e incluso del mismo dios del mar, Poseidón. La mitología griega nos muestra al tal, levemente echando su espalda hacia atrás para componer aún mejor su figura. Todo un desplante muy del hacer de Teresa, la Cañeta.
La Cañeta está poseída de referentes cuyo mayúsculo hacer entronca con el vitalismo y la fuerza expresiva de Carmen Amaya. Estas cualidades alimentadas con el genio y el descaro de Lola Flores, conforma en la perchelera como mayor virtud, las sacudidas y las elegantes posturas que su porte nos ofrece. Estos arrebatos dan continuidad a unos gestos tan diversos y ricos en contenido que obligadamente provocan el reclamo de la guinda para su baile. Su ajustado discurso estético, rebosado de flamenquería y gracejo, lo sintoniza con su cante que lo interpreta al amparo de los compases que son de ley ofreciendo almíbar.
No hubo quien pudiera con esas dos diosas del baile como fueron Carmen y Lola. Tampoco pueden con ésta. Así que tengan presente, cuando la vean y la escuchen en plena salsa, que esta gitana nacida en el vientre del perchel malagueño tiene su personalidad flamenca muy arraigada en su ser de artista, pero que no se olvida de su amiga Lola. Ello para la Cañeta, encierra un acto de gratitud, de respeto y consideración hacia la jerezana. Esto es de bien nacido reconocerlo. Nobleza obliga, pero ella es distinta a cuantas artistas bullen los escenarios. Ella no conforma su arte al amparo de una disciplina académica sino al desnudo provocado por la improvisación y lo espontáneo. En este aspecto es tan creativa como lo fueron sus referentes.
Pese a estos, no podemos precisar que la Cañeta tuviera sus maestros. Su madre, la Pirula, murió cuando ella era una niña y la Cañeta, que sepamos nunca acudió a lugar alguno para adecuar el baile a su cante. Por tanto, se puede afirmar que más flamenca que la Cañeta no cabe, ni más gitana tampoco. Así que con esta gran señora del cante y del baile tenemos pendiente un gran homenaje.
Vengan, asómense a su arte y contrastarán la autenticidad de su baile y de su cante: bien parido y mejor expresado. Todo suyo. “Sin naíta de nadie”. Toda ella es muestra de autenticidad. Por consiguiente, legítimo broche que perdura en nuestros días y en su Málaga flamenca.
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